Arranca este miércoles la Conferencia de la ONU sobre Desarrollo Sostenible Río+20 con pocas posibilidades de pasar a la historia como la cumbre que inauguró una nueva era en la preservación de los recursos naturales del planeta. El megacónclave, que congregará durante estos días en la ciudad más turística de Brasil a casi 130 jefes de Estado y Gobierno, instituciones y organizaciones de todo todo tipo, sumando un total de 50.000 asistentes, tropieza con el crítico momento que vive Occidente, más pendiente de resolver su grave coyuntura económica que de buscar alternativas para un modelo de desarrollo que muchos ya dan por muerto y amortizado. Por tanto, atrás quedan las ilusiones y expectativas que suscitó la Cumbre de la Tierra de Río en 1992, cuando el mundo era otro y el compromiso de los gobernantes con el desarrollo sostenible aun sonaba a sincero. En aquella ocasión, los líderes mundiales firmaron tres convenciones internacionales sobre cambio climático y biodiversidad, además de la Agenda 21, que sentó las bases de lo que hoy se conoce como desarrollo sostenible. Voces autorizadas alertan de que esta vez no habrá grandes acuerdos plasmados en medidas concretas.

«Desafortunadamente el texto carece de la ambición para introducir un cambio radical que resuelva los problemas a los que nos enfrentamos, como la falta de alimentos y de agua, y el aumento de los precios de la energía», explica el exsecretario ejecutivo de la Convención de Naciones Unidas para el Cambio Climático, Yvo de Boer. Ante los escollos para alcanzar un acuerdo de máximos entre los 180 países participantes, el Gobierno brasileño cerró el domingo un borrador de conclusiones de 56 páginas que ya ha recibido un aluvión de críticas desde las ONG presentes en las conversaciones preliminares. «Ha sido hábilmente diseñado para evitar controversias y promover el consenso, pero no reorientará el crecimiento económico a favor de las urgentes prioridades del planeta», valoró Oxfam a través de su representante, Antonio Hill.

La economía verde, punto de conflicto

“Queda mucho por hacer”. Así resumió la negociación el secretario de Estado de Medio Ambiente, Federico Ramos, el viernes antes de salir hacia Río. Uno de los principales obstáculos era la llamada economía verde, ya que los países en desarrollo “recelan de que estos compromisos no sean una forma de limitar su desarrollo”. “Tienen la sensación de que les pedimos esfuerzos que nosotros no hicimos. Se trata de convencerles de que vale la pena” un desarrollo sin esquilmar los recursos, señaló Ramos.

Como en estas cumbres, España mantiene la postura de la UE, representada por la presidencia danesa y la Comisión, principalmente. Ramos consideró que no existe contradicción entre que España mantenga una defensa de la economía verde en Rio mientras que en casa dicta una moratoria a las renovables, algo que le ha valido el reproche de la Comisión Europea.

Greenpeace denunció este lunes esa situación al señalar diez políticas nacionales que contradicen el discurso del Gobierno en Río. Además del parón a las renovables y las nuevas prospecciones petrolíferas, critican que olvida las políticas de eficiencia energética, suaviza la Ley de Costas, “margina la pesca artesanal” y “desprecia la participación ciudadana”.

La UE es partidaria con convertir el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma) en una agencia de mayor rango. Este punto es complicado que salga, por los recelos de EE UU a aumentar la financiación. Ramos defendió que España mantiene su apuesta para que el acceso al agua y al saneamiento sea considerada un derecho humano, algo que “parece acordado”.

Los activistas marchan en protesta durante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible, Río +20 (Foto Prensa Libre:AP)

Por su parte, el jefe de la delegación de la ONG ecologista WWF, Lasse Gustavsson, opina que los líderes aun pueden alcanzar un documento más ambicioso durante esta semana crucial, aunque para ello sea necesario «un milagro político».

Según adelantó el ministro de Exteriores brasileño, Antonio Patriota, el texto reafirma el espíritu de la primera Cumbre de Río de 1992, en la que se estableció que el desarrollo sostenible es una responsabilidad compartida entre todos los países, aunque con diferencias. Además, el documento plantea el inicio de un proceso intergubernamental para dotar de recursos a las políticas de desarrollo sostenible. En resumen, grandes declaraciones de principios pero nada concreto.

La falta de pulso de esta cumbre días antes de que haya comenzado también queda patente con la ausencia ya confirmada de tres nombres clave para la firma de cualquier acuerdo mundial de largo alcance, sea del ámbito que sea: los líderes de EEUU, Barack Obama, Reino Unido, David Cameron, y Alemania, Angela Merkel. Por su parte, Mariano Rajoy desembarcará en Río a primera hora del miércoles, aunque solo asistirá a la segunda sesión plenaria para realizar una intervención, hacerse la foto de familia y seguir su viaje rumbo a Sao Paulo.

En un intento de acallar las críticas, la ONU presentó este lunes una propuesta para establecer un nuevo un nuevo indicador para impulsar la sostenibilidad, el Índice de Riqueza Inclusiva (IWI, sigla en inglés), ya rebautizado como PIB verde.

Entre las variables para calcular el Índice de Riqueza Inclusiva, la ONU ha seleccionado los activos de un país como el «capital manufacturado» (infraestructuras, bienes e inversiones), el «capital natural» (combustibles fósiles, minerales, bosques, pesquerías y tierras para la agricultura) y el «capital humano» (educación y habilidades).

Para entender este novedoso PIB verde, nada mejor que analizar lo sucedido en los últimos 20 años. Según los cálculos realizados entre 1990 y 2008, el PIB de países como China, Estados Unidos, Sudáfrica y Brasil creció significativamente, mientras su capital natural se vio mermado. Es decir, mientras que el PIB oficial de China ascendió al 422 %, el IWI indica que ese crecimiento solo fue del 45%. EEUU caería del 37 % al 13 % y Brasil del 31% al 18 %. De los 20 países analizados, Japón es el único que no redujo su capital natural.

Fuente: http://sociedad.elpais.com