La sequía que afectó el parque nacional de Doñana en 2005 fue la segunda más intensa desde 1859. Entre octubre de 2004 y septiembre de 2005 las precipitaciones se redujeron a 173 litros por metro cuadrado de agua, menos de un tercio de la media anual, 560. El resultado fue la muerte de parte del sabinar que cubre las zonas secas del parque. Tanto, que el ritmo de crecimiento de la superficie vegetal se redujo en un 75% durante ese período.

Sin embargo, esta no fue la única consecuencia del fenómeno meteorológico. Las bacterias que descomponen las hojas muertas de estos arbustos aumentaron sus emisiones de dióxido de carbono, aprovechando la retirada de los sabinares y el crecimiento de los prados de hierba, terrenos más propicios para estos microorganismos. Esta es una de las hipótesis de un estudio que han elaborado unos investigadores del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF), la Universidad Autónoma de Barcelona y el Museo Nacional de Ciencias Naturales del CSIC.

Todo empezó en 2005. «Fue un año particularmente seco y frío. La estación biológica de Doñana detectó que había una sequía en la vegetación de los matorrales de las sabinas, no en la parte de las marismas. Fueron los que contactaron con nosotros», recuerda Francisco Lloret, uno de los autores del estudio, publicado en la revista FEMS Microbiology Ecology.

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Los investigadores tomaron muestras de terrenos afectados por la sequía, y otros no atacados por esta, entre 2007 y 2013. También tuvieron en cuenta la vegetación de la parcela estudiada –si en esta se encontraban sabinares, arbustos o hierba–. Los investigadores analizaron parámetros como la proliferación de bacterias y hongos en las áreas seleccionadas, y los gases de dióxido de carbono que emiten estos microorganismos al digerir las hojas muertas.

El trabajo relaciona la retirada de las sabinas con el aumento de la producción del temido gas generador del efecto invernadero por parte de las bacterias. «El espacio que dejan las sabinas lo ocupan con rapidez distintos tipos de especies herbáceas. Esto facilita la entrada de bacterias» que aprovechan la amplia variedad de nutrientes que obtienen de estos vegetales, explica Lloret, investigador del CREAF. Los microbios, a su vez, emiten dióxido de carbono con mayor rapidez que otros seres que viven de las plantas, como los hongos. «Las bacterias que vemos en el estudio desempeñan un papel acelerando la descomposición de la hojarasca de las zonas muertas. Se trata de un eslabón en la cadena que lleva el carbono a la atmosfera», resume el responsable del estudio.

Los resultados del trabajo apuntan a que estos fenómenos se repetirán en el futuro. «[Como consecuencia del cambio climático] cada vez vemos con mayor frecuencia estos episodios de sequía en los bosques y matorrales», avanza Lloret, quien explica que las áreas más afectadas son las del arco mediterráneo, América del Norte y los bosques del norte de Europa. Conocer el impacto de la acción de las bacterias en el cambio climático, sin embargo, requerirá más estudios, explica el investigador.

Fuente: EL PAÍS