La caza en España ha sido tradicionalmente una de las actividades extractivas de recursos más practicadas a nivel social. Y, sin duda, también ha sido y es un motor económico en muchos lugares, especialmente en las zonas más rurales.

Sin embargo, hoy en día muchos cazadores, e incluso algunas administraciones, la elevan a garante de la conservación de los espacios naturales protegidos. Y el reciente fin de la moratoria para prohibir la caza en los Parques Nacionales ha provocado un encendido debate.

caza y conservación en parques naturales

¿De verdad es tan necesaria la caza para mantener los ecosistemas? ¿Pueden sobrevivir los parques nacionales y sus economías locales sin los ingresos derivados de la caza?

Acompáñame y encontremos juntos la respuesta.

El papel de la caza en España

Desde la caza de subsistencia (cada vez menos practicada) hasta la mal llamada caza deportiva, en nuestro país ha existido una larga tradición cinegética. En 2018, el número de licencias expedidas fue de 769 551, habiendo llegado a concederse más de un millón de licencias de cazas anuales hace unos años.

Esto ha conllevado una enorme presión sobre diversas poblaciones animales que, unidas a la pérdida de su hábitat, las ha llevado casi hasta su desaparición, como ha ocurrido con el lobo ibérico (Canis lupus signatus), el Urogallo cantábrico (Tetrao urogallus), el lince ibérico (Lynx pardinus) o el oso pardo ibérico (Ursus arctos). Y como está ocurriendo actualmente con la tórtola europea (Streptopelia turtur), cuya caza en España ha sido motivo de apertura de un expediente sancionador por parte de la Unión Europea.

La caza en los parques nacionales

La ley 30/2014, del 30 de diciembre, Parques Nacionales de 2014 establece que la caza y la pesca no están permitidas dentro de los límites establecidos para los parques nacionales. Sin embargo, esa misma ley estableció una moratoria de 6 años para su implantación mientras se estudiaban acuerdos y medidas para paliar el efecto en las economías locales.

Sin embargo, el colectivo de cazadores, así como numerosos gobiernos autonómicos, defienden el empleo de la caza como mecanismo de conservación de la naturaleza, como medida de gestión de las poblaciones, especialmente ungulados, y como motor económico en estos y otros espacios naturales protegidos.

Debido a ello, en algunos parques nacionales como Cabañeros o Monfragüe se ha continuado cazando de forma más o menos abierta, al amparo del hipotético control poblacional de distintas poblaciones de herbívoros.

¿Son ciertas estas afirmaciones? ¿Tan necesaria es la caza para la conservación y para las economías locales en el ámbito de un área protegida? Vamos a echar un vistazo.

La caza como mecanismo efectivo de control poblacional

Desde el sector de la caza se promociona ésta como un mecanismo de control de las poblaciones, como un recurso sostenible. De hecho, no son pocas ocasiones en las que se propugna que, sin la caza, el campo no podría subsistir.

¿Pero cómo se ha llegado a esa situación?

En la memoria de todos está la tristemente famosa «Ley de Alimañas» y las Juntas Provinciales de Extinción de Animales Dañinos y Protección a la Caza, que supusieron el extermino de millones de depredadores considerados dañinos. Ese exterminio, que arrasó con más de 2.000 lobos, 55.000 zorros, 50.000 cuervos, 3.500 gatos monteses, 4.000 jinetas, 5.000 águilas, 6.000 halcones y alcotanes, 11.000 milanos y 1.000 buitres, es lo que rompió el equilibrio natural existente entre depredadores y presas.

Esto no se trata de un hecho aislado en nuestro país, sino de un fenómeno que se repite en todo el mundo, toda vez que se erradican los grandes depredadores, como ocurrió en Australia con los dingos, y ha provocado una enorme presión ambiental por las crecientes poblaciones de canguros.

A este gravísimo problema se le añade el hecho que la caza persigue el trofeo, el animal más sano, grande y fuerte, lo que no hace sino empobrecer genéticamente las poblaciones de ungulados. Un control poblacional efectivo debería focalizarse en aquellos ejemplares viejos y de menor calidad, cuyo aporte genético a la población es menor, así como hembras, en el caso de los animales poligínicos, limitando así la reproducción.

Por tanto, para lo casos en los que la caza de ejemplares es la única solución a corto plazo, ésta debería ser realizada por personal del propio parque, sin motivación económica alguna ni de trofeo, de modo que dicha eliminación selectiva de individuos pudiera realizarse bajo criterios exclusivamente científicos y sin conflicto de intereses.

Finalmente, en numerosos cotos se realiza una alimentación suplementaria, lo que contribuye a incrementar de forma artificial las poblaciones de ungulados y agrava ese desequilibrio que, si bien es real, es también de origen antrópico, como consecuencia de una caza desmedida y sin ningún tipo de criterio científico ni conservacionista.

Por todo ello, ese control que se pretende ejercer sobre la naturaleza no es sino un descontrol que tiende a desestabilizar aún más las poblaciones. La mejor solución es permitir la recuperación o, incluso, la reintroducción de los grandes depredadores apicales de nuestros ecosistemas, que son quienes mantienen en un delicado equilibrio dinámico las poblaciones de las presas, en una peculiar y apasionante carrera de supervivencia predador-presa..

Si las redes tróficas estuvieran completas, la presencia de los grandes depredadores apicales mantendría a raya no sólo a las poblaciones de ungulados, sino también a la de los pequeños y medianos carnívoros.

Existe un vídeo tan interesante como discutido acerca del papel que tuvieron los lobos reintroducidos en el Parque Nacional de Yellowstone en los años noventa en la recuperación del paisaje y en el aumento de la biodiversidad.

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Es cierto que son muchos los factores que pudieron actuar en esto. Y seguramente los lobos no fueron los únicos que contribuyeron a esos efectos en cascada. Pero es indudable que ejercen una función primordial en los ecosistemas.

Sin los grandes depredadores, el equilibrio está roto y sus efectos pueden ser irreversibles. Ellos son los auténticos gestores, los que durante millones de años se han encargado de que las poblaciones de unos y otro se mantengan estables. Y así debe seguir siendo.

La caza como motor económico de la España rural

La España rural hoy en día empieza a ser sinónimo de la España vaciada, eso es un hecho. Y que la caza es un motor económico es también cierto, sin duda alguna. Pero no es el único. Ni el más potente.

Existen otros grandes impulsores de la economía que no implican una extracción continua de recursos. Y muchos están asociados a una adecuada conservación de sus ecosistemas.

Lugares como la Sierra de la Culebra han experimentado un renacer con el impulso del ecoturismo, orquestado principalmente alrededor de la siempre misteriosa y legendaria presencia del lobo ibérico.

Pueblos pequeños, como Villardeciervos, se han convertido en auténticos puntos neurálgicos de un turismo cada vez más instaurado en España pero que lleva décadas creciendo en el resto de Europa: la observación de animales en libertad. Con su máximo exponente en el birdwatching, pero seguido de cerca por el turismo lobero o los avistamientos de osos, entre otros.

La naturaleza, los ecosistemas bien conservados, suponen un enorme impulso a las economías locales. Sólo el birdwatching mueve alrededor de 40 mil millones de dólares al año en Estados Unidos. Y la Unión Europa calcula que los espacios naturales de la Red Natura 2000 aportan entre 5000 y 9000 millones de euros al año en actividades recreativas y que un volumen de negocio anual de 405000 millones de euros depende directamente del mantenimiento de ecosistemas sanos. Son unos números abrumadores para un sector que sólo recientemente está empezando a mostrar su potencial en España. Siendo uno de los países más biodiversos del continente europeo, España posee un rico nicho laboral en el mundo del ecoturismo.

Pero no hablamos solamente de empresas de guías, de hoteles o de restauración, donde las oportunidades son indiscutibles. Hablamos de la promoción de los productos locales, de las artesanías y de los artesanos, revitalizando oficios casi olvidados, abriendo productos locales a un comercio al que de otro modo nunca tendrían acceso. Proteger la naturaleza nos da muchos más beneficios que explotarla.

Resumiendo

La caza es una actividad extractiva que si está estrictamente regulada por criterios científicos puede ser prolongada en el tiempo y seguir aportando riqueza a nivel local. Pero desde luego, no es la única solución (ni siquiera una buena solución) para la conservación de los Parques Nacionales ni para las economías locales de esos pueblos.

Es cierto que adaptar esas economías rurales a las nuevas oportunidades puede suponer una inversión en términos de tiempo y dinero en formación, ayudas o infraestructuras. Pero el retorno de esa inversión es grande y merece la pena, tanto a nivel económico como de conservación y de educación ambiental de nuestra sociedad.

La caza tiene su sitio, por supuesto. Pero no es en los Parques Nacionales.

Nacho García Hermosell es docente en el ISM en los cursos  Especialista en Protección y Gestión de Espacios NaturalesGestión de Espacios Naturales Protegidos.