Más allá de las connotaciones religiosas y de las cruzadas, el término santo grial nos habla de una manera metafórica de la búsqueda de un objetivo final y bajo esa prisma me gustaría compartir mi “Santo Grial” por el paisaje urbano.

Uno de los parámetros más citados para definir la calidad paisajística de las ciudades es la cantidad de área verde por habitante. La mayoría de los estudios relacionados con el paisaje urbano, urbanismo o políticas públicas de vegetación urbana utilizan la cifra estándar de 9m2 áreas verdes por habitante como proporción mínima recomendado por la Organización Mundial de la Salud (en adelante OMS) y que cubriría, en principio, las necesidades “sociales” actuales de la ciudadanía.

Distintos informes, estudios e incluso artículos científicos recurren al citado parámetro de la OMS para valorar y/o validar sus resultados a la espera de conocer el nivel de cumplimientos de los objetivos propuestos del plan, programa o proyecto. Pero cuando uno desea leer el texto original para profundizar e indagar sobre el fundamento y las variables quedan lugar a este parámetro se encuentra que no hay una referencia bibliográfica precisa de la OMS para documentarse. Esto es, en los textos se cita el indicador, en algunos casos se justifican sus resultados, pero en la bibliografía no hay ninguna reseña.

Las preguntas son simples, o complejas al parecer, ya que lo evidente es conocer:

  • Qué documento de la OMS avala dicho parámetro,
  • Que se debe entender por área verde,
  • El área verde se debe entender como un espacio abierto, un espacio arbolado o un espacio mixto que permita el esparcimiento, la recreación y el ocio.
  • Que influencia tiene el contexto geográfico como la estructura urbana en la formulación del indicador,
  • Cuáles son los argumentos que definen el indicador y como se definió la cifra mínima de 9m2 áreas verdes por habitante,
  • Entre otras cosas.

Después de 4 años de búsqueda en  artículos, informes, estudios, tesis doctorales, etc. que expliquen los fundamentos del estándar de la OMS lamentablemente todavía no he encontrado nada al respecto.

He contactado con profesores, investigadores, doctorando y expertos en espacios verdes urbanos de varios países, y ha sido infructuoso localizar alguna referencia al respecto. Todos tienen el mismo problema que no encuentran el documento científico que avale esta información. Una vez un investigador me dijo (cito textual) … ”creemos que ese dato nunca fue dicho, sino que se asumió y hoy es usado como un dato objetivo”. Con lo cual, nos debe llamar la atención sobre la nebulosa que ha ido perviviendo en el tiempo en los estudios de gestión e intervención ambiental del paisaje urbano en relación al indicador de áreas verdes de la OMS.

En cambio es sabido y suficientemente documentado el efecto positivo de las áreas verdes en la promoción, el mantenimiento y la recuperación de la salud física y mental de las personas (ASLA, 2016). Por ejemplo, un equipo de científicos del Laboratorio de Paisaje y Salud de la Universidad de Illinois, publicaron los resultados de un largo trabajo en el tiempo de la relación naturaleza-salud que abarcaba diferentes regiones y en distintos segmentos de población (Sullivan y colaboradores, 2004), llegando a la conclusión que frecuentar zonas verdes, ya sean bosques, jardines e incluso zonas peatonales, hace que la gente sea más saludable, tienda a ser generosa, a confiar en los demás, y a mostrar mayor voluntad en ofrecer su ayuda. Como explican «Un paseo por el parque es más que una buena manera de pasar la tarde. Es un componente esencial para una buena salud«.

Los espacios verdes urbanos también juegan un papel importante en la estructura urbana e interacción social, aportando calidad de vida a los ciudadanos (Hough, 1995: Priego, 2011). En el libro de Sukop y Werner (1989) se puede constatar algunas de las justificaciones más razonables que se refieren a las propiedades de los espacios verdes en la ciudad, tales como el mayor tamaño de estas áreas permite una mayor diversidad y riqueza de especies vegetales, lo cual va acompañado también de una mayor diversidad de fauna. Además, contribuyen más efectivamente a la regulación de las inundaciones ocasionadas por la acumulación de aguas lluvias, ya que mantienen una alta permeabilidad del suelo y su capacidad de infiltración. Mejoran las condiciones climáticas de la ciudad (aumento de la humedad y control de la temperatura), reducen la contaminación ambiental, ya que las hojas sirven como depósito de las partículas contaminantes en suspensión, entre otras propiedades.

Habiendo revisado sucintamente algunos efectos documentados de las áreas verdes en las personas y en la ciudad, en contraposición a la falta de evidencias científicas del indicador de la OMS me parece, por lo tanto, poco plausible seguir sosteniendo que la OMS dijo tal o cual cosa sin que se conozca el sustento de tales definiciones, su justificación y los criterios utilizados para definirlo.

De momento, solo cabe decir que es un parámetro indeterminado carente de valor como indicador ambiental y paisajístico. Lo preocupante es que, de momento, se juzgan ciudades y países por su grado de sostenibilidad en función de un indicador que nadie sabe que expresa más allá de una superficie. Sobre todo es común ver este indicador en memorias de sostenibilidad en el ámbito urbano como la Agenda 21.

Esta semana (21/10/2016) fue promulgada en Hábitat III (Quito, Ecuador) la Nueva Agenda Urbana (https://habitat3.org/) que impulsará el desarrollo urbano para los próximos 20 años de forma equitativa, sostenible, productiva y segura, en los 193 países de las Naciones Unidas.

Fueron aprobados 175 puntos principales, sobre la base de tres principios básicos: no dejar a alguna ciudad atrás (en su desarrollo), promover las economías urbanas sostenibles e inclusivas, y fomentar la sostenibilidad ambiental. Uno de los puntos es ”Promover espacios públicos seguros, accesibles y ecológicos”. La interacción humana debe ser facilitada por la planificación urbana, por lo que en la Nueva Agenda Urbana se pide un aumento de los espacios públicos como aceras, carriles para bicicletas, jardines, plazas y parques.

Cabe preguntarse qué papel tendrá, y si lo tendrá, el indicador de la OMS en las toma de decisiones en las cuestiones de la planificación del paisaje así como monitorear el nivel de cumplimiento  de los acuerdos y compromisos establecidos en la Nueva Agenda Urbana, cuando sus características para sacar conclusiones útiles y de confiablidad están todavía por validar.

REFERENCIAS

  • Hough, M. (1995). Cities and Natural Process: A Basis for Sustainability. London: Routledge.
  • Priego, C. (2011). Naturaleza y sociedad. El valor de los espacios verdes urbanos. Madrid:  Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino (España).
  • Sukopp, H. y Werner, P. (1989). Naturaleza en las Ciudades. Madrid: Centro de publicaciones de la Secretaría General Técnica del Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo (España).
  • American Society of Landscape Architects (ASLA). Health Benefits of Nature: https://goo.gl/TEj2Gs. Consultado el 23/10/2106.
  • Sullivan, W., Kuo, F. y DePooter, S. (2004). The fruit of urban nature: Vital neighbourhood spaces. Environment & Behavior, 36(5), 678-700.

Gonzalo de la Fuente colabora con el Instituto Superior del Medio Ambiente como docente de los cursos: Paisaje e intervención ambientalTurismo y desarrollo sostenible, yEcoturismo: Diseño y comercialización de productos