En unas ciudades, los ayuntamientos quitan las pocas huertas que quedan intramuros para construir espaciosos parques urbanos y lo que es más paradójico, centros de educación ambiental; en otras, las autoridades ceden terreno para montar huertas que creen puestos de trabajo y permitan  a sus habitantes comer alimentos sanos y cultivados en la zona.

En el primer caso hablamos de Pamplona y en el segundo, de Rivas, en la Comunidad de Madrid, donde ha echado a andar un Parque Agroecológico de 85 hectáreas que da trabajo a más de 70 personas.

La vuelta a la tierra no tiene que ver sólo con la crisis económica y con la creciente demanda de alimentos de agricultura ecológica, sino también con la defensa de la agroecología (la búsqueda de un sector agrícola sostenible no sólo a la hora de cultivar sino también en sus vertientes económica y social) y con el movimiento mundial de lucha por la soberanía alimentaria.

Pero, ¿no nos topamos de nuevo con un concepto relacionado con los países pobres?

La soberanía alimentaria, concepto acuñado a mediados de los 90 por la organización internacional La Vía Campesina, defiende un derecho humano a la alimentación que nace en el acceso de las poblaciones a la tierra para cultivarla libremente y de forma sostenible.

La defensa de la soberanía alimentaria es un reto en los países pobres y emergentes, donde las altas cotas de hambre e inseguridad alimentaria conviven con los monocultivos para la exportación de las grandes multinacionales.

En los últimos años, coincidiendo con la emergencia de este movimiento, en esos países se da en paralelo un fenómeno creciente, el acaparamiento de tierras, una “compra de tierras masiva y sin precedentes” que está causando un problema de grandes dimensiones, según Oxfam.

Huerta agroecológica. Foto: flickr Huerta Agroecológica Comunitaria "Cantarranas"

“Muchos gobiernos y élites de los países en desarrollo están ofreciendo grandes extensiones de tierra a precios regalados para la agricultura industrial a gran escala”, lo que “obliga a las personas a abandonar sus hogares, sus trabajos y sus formas de vida”, afirma Oxfam en su informe Tierra y poder.

Desde 2001 se han comprado o arrendado bajo esta modalidad hasta 227 millones de hectáreas, una superficie del tamaño de Europa noroccidental, y desde mediados de 2008 a 2009 estas compras se dispararon un 200%.

Por eso, la ong de lucha contra la pobreza lleva a cabo una campaña para pedir al Banco Mundial, que asegura financia muchas de las grandes operaciones de compra de tierras, que tome medidas para acabar con esto.

El dedo apunta al alza del precio de los alimentos, que según la FAO va a proseguir a medio plazo después de tres incrementos en los últimos cuatro años. Y esta constante subida podría acrecentar el hambre de tierras “a medida que los países ricos intenten garantizar sus suministros alimentarios y que los inversores perciban la tierra como una buena apuesta a largo plazo”, se advierte en el informe.

Biocombustibles, semillas transgénicas y producción a gran escala

No todo lo producido en esas tierras son alimentos para las poblaciones más ricas del planeta: nada menos que el 60% de las compras de tierra de la última década lo fueron para cultivarbiocombustibles, cada vez más demandados por ser respetuosos con el medio ambiente, pero cuyo cultivo desplaza a otros que podrían alimentar a las poblaciones locales.

Agricultores de todo el mundo se enfrentan a la misma situación cuando se trata de intentar zafarse de las semillas transgénicas que compran a altos precios a multinacionales, lo que arrincona a las variedades locales y altera los ecosistemas, sin hablar de las consecuencias para la salud.

Y en los países desarrollados, la soberanía alimentaria también tiene que ver con el empobrecimiento y desaparición de pequeños agricultores por la caída de los precios en origen, o la producción y distribución a gran escala nociva para el medio ambiente y la salud.

“Esta situación es el resultado de las políticas agrarias, alimentarias, financieras, energéticas y de comercio de nuestros gobiernos (…), las instituciones financieras y las grandes corporaciones”, que consisten en la “desregulación y liberalización de mercados agrarios o la especulación que se hace con estas materias primas responsable del alza de precios de los alimentos básicos”, criticó el año pasado el I Foro Europeo por la Soberanía Alimentaria (Nyéléni), que trabaja por “una completa reorientación de las políticas y prácticas agrícolas y alimentarias”.

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