Cercanas o lejanas, las experiencias en el mundo natural nos hacen volver a sentirnos vivos. Trata de recordar esos momentos en los que te encontrabas al aire libre, moviéndote, aprendiendo, usando los sentidos plenamente y encontrándote verdaderamente feliz. Quizás hayan sido momentos poco frecuentes —aunque espero que no sea el caso—, pero si tuviste la suerte de vivir una experiencia así, esta se queda grabada permanentemente en la memoria. Llevan vida dentro. Cuando vuelves a recordar esos momentos, vives de nuevo el sentido profundo de maravillarte y sientes que todo es posible.

-Richard Louv, en Cornell, J., 2018

déficit naturaleza

Fuente: José Luis Roca García (en Cornell, J., 2018)

El confinamiento ha hecho que seamos más conscientes de nuestra necesidad de contacto con la naturaleza

A veces nos damos cuenta de lo importante que es algo o alguien cuando lo perdemos. Es bastante frecuente, no siempre valoramos lo que tenemos. Si algo ha evidenciado este tiempo extraño que nos ha tocado vivir, es lo mucho que echamos de menos estar al aire libre. Hemos sentido de forma palpable eso que llamamos Déficit de naturaleza.

Incluso, entre la gente más urbanita, la falta de contacto con el medio natural está siendo una de las privaciones más difíciles de sobrellevar. Buena muestra de ello es que, en redes y medios de comunicación, se han multiplicado consejos o recomendaciones para sentir menos esa pérdida, como repositorios de imágenes naturales, webcam de espacios protegidos, sonidos de la naturaleza, películas, documentales, observaciones de seres vivos desde la ventana, seguimiento de aves, observar árboles, cuidar plantas… Y, ahora, en la primera fase de desconfinamiento, las familias se han lanzado, si tenían la oportunidad, a la primera zona verde o descampado que tuvieran cerca.

combatir Deficit Naturaleza REEFNAT

Fuente: REEFNAT (Red Estatal de Educación Física en la Naturaleza)

A la vez, nos hemos dado cuenta, de manera evidente, de que la naturaleza no nos necesita. Muy al contrario, le va mejor sin nuestra presencia. Este tiempo, nos ayuda a reflexionar sobre lo mucho que necesitamos a la naturaleza, sobre lo importante que es mantener la biodiversidad, y no solo por razones egoístas, sino porque nos damos cuenta de que nuestro cuerpo, y nuestra mente, necesita sentir, con todos nuestros sentidos, esa conexión con la naturaleza que nos recuerda, al fin y al cabo, que somos naturaleza.

Esta reclusión obligada tiene muchas caras y si algo se ha evidenciado es la gran desigualdad de nuestra sociedad. Entre otras muchas desigualdades, que, a veces son cuestiones de verdadera supervivencia, el acceso a la naturaleza en el hogar también marca la diferencia, con sus consecuentes efectos para nuestra salud física y mental. Es obvio que no se sufre igual el confinamiento en un piso que, en una casa con jardín. Incluso, simplemente, tener vistas a una zona verde, ya es diferente.

También ha evidenciado otras muchas cosas, como la necesidad de cuestionarnos nuestro estilo de vida, de darnos cuenta de que se puede vivir mejor con menos, de preguntarnos cuál es la verdadera vida de calidad. Ahora, consideramos privilegiadas a las personas que «tienen la suerte» de vivir en el campo y, en cierta medida, ha puesto en valor la vida en el mundo rural, la importancia de la autosuficiencia y de la libertad de cultivar tus propios alimentos, por ejemplo. Pero, todo esto daría para otro post…

Trastorno por Déficit de Naturaleza, un eslogan para llamar nuestra atención

Volvamos al Déficit de Naturaleza. Más concretamente al Trastorno por Déficit de Naturaleza. Este concepto fue acuñado por Richard Louv en 2005, en su conocido libro Last Child in the Wooods (editado en castellano en 2018). Aunque mucha gente lo utiliza, no todo el mundo es consciente de que no es una patología médica. Justamente, el acierto de Louv, como buen periodista, fue utilizar una metáfora de que se asemejaba a un término médico para llamar nuestra atención. Y, desde luego que lo consiguió. De hecho, quizás ha sido una de las personas que más ha influido en la toma de conciencia, a nivel mundial, de esta problemática; que afecta tanto a personas (de todas las edades), familias como a comunidades.

Pone en cuestión nuestra actual forma de vida, cada vez más artificiosa y tecnológica, que nos distancia cada vez más del mundo natural y de los demás seres vivos, no solo a niños y niñas, sino también a personas adultas. Este creciente alejamiento tiene efectos negativos sobre nuestra salud individual y también sobre nuestro bienestar social, pues, a la vez, nos aleja de las otras personas.

En su libro, Louv analiza cómo ha cambiado la forma de vida, de los niños y niñas, en los últimos 40-50 años. Sea por modas, inseguridades, concepciones de la calidad de vida, tipo de desarrollo urbanístico, etc., el resultado es que la vida infantil ha cambiado. Pasa la mayor parte del día recluida entre cuatro paredes, sufriendo el acelerado ritmo de horarios estresantes sobrecargados de actividades y, en gran medida, de tecnología. Louv reúne numerosas investigaciones empíricas que prueban las consecuencias de esta deficiencia de naturaleza sobre las personas y, especialmente, sobre la infancia, revelándose como uno de los factores que influyen en problemas físicos y psicológicos, como la obesidad, disminución de la capacidad motora, déficit de vitamina D, disminución de la capacidad de percepción sensorial, depresión, ansiedad, estrés, deficiencias de atención, etc. Concluye con la inaplazable necesidad de volver a reconectar con la naturaleza o, como llamará más tarde, también metafóricamente, de vitamina N.

Tras la publicación de su libro, en 2006, cofundó la red internacional Children & Nature (C&NN), que realiza una importante labor de recopilación de investigaciones sobre el tema, organiza encuentros internacionales y locales, ofrece recursos y formación especializada, realiza campañas de sensibilización general y campañas de presión política, etc.

A pesar de su indudable éxito, el concepto acuñado por Louv no está exento de cierta polémica. Sin embargo, hay que reconocer su incuestionable éxito. Además de calar con fuerza en la sociedad, se ha introducido, de una manera u otra, en diferentes disciplinas científicas. De todo esto tratará el siguiente post.

Reconectar con la naturaleza, más que nunca, e ir más allá…

Ante esta creciente sensibilidad, especialmente ahora, quizás, este sea un momento excepcional para aprovechar la toma de conciencia de los beneficios de la reconexión con el medio natural, que parece tan generalizada, tanto a nivel social como científico.

A nadie se le escapa que el sector de la educación ambiental va a sufrir fuertemente la crisis (acentuada por su precariedad estructural), aunque, en mi opinión, creo que este tiempo de cambio también puede suponer una oportunidad. Quién sabe si, tal vez, esta crisis pueda suponer una tendencia hacia una mayor demanda de ayuda para conectar o reconectar con la naturaleza. Si es así, ojalá venga para quedarse.

Curso PAFA

Imágenes del curso Herramientas de educación e interpretación ambiental para reconectar con la naturaleza del PAFA (La Traviesa Ediciones, junio 2019)

Ahora bien, con las incertidumbres que la nueva situación nos impone, tendremos que plantearnos, cómo vamos a afrontar, durante la «nueva normalidad», nuestra práctica al aire libre. Seguro que tendremos capacidad y creatividad para adaptarnos a las nuevas circunstancias, como siempre lo hemos hecho en la educación ambiental.

En mi caso, si pienso en los cursos y talleres que realizo habitualmente, en los que la parte práctica está muy centrada en el Aprendizaje Fluido (ver post anterior), me surgen bastantes dudas de cómo compatibilizarla con las medidas de seguridad. En unas actividades que, en muchos casos, suponen contacto físico entre participantes, a veces muy estrecho… Así que, tendremos que hacer bastantes cambios, para conseguir llegar a esos momentos de disfrute y conexión profunda tanto con la naturaleza como con las otras personas.

Por otro lado, respecto a la desescalada educativa, en otros países, ya se está planteando pasar más tiempo al aire libre durante el horario lectivo, para evitar la aglomeración en espacios cerrados. Esto podría implicar, en primer lugar, la necesidad de formación del profesorado para impartir docencia al aire libre y, en segundo lugar, la posibilidad de ofertar servicios de educación ambiental a la comunidad educativa, mayoritariamente, en la naturaleza.

De lo que sí que estoy convencida es de que este tiempo de cambio debe suponer un punto de inflexión para la educación ambiental. La pandemia nos ha cargado la mochila, aún más, de razones contundentes. Tenemos que aprovecharlo y no dejar que el negacionismo (de cualquier índole) nos gane la batalla. Desde el ámbito en el que trabajemos, sea cual sea, tendríamos que conseguir hacer una educación cada vez más integradora. Siempre lo hemos hecho, pero, ahora, es más necesario que nunca. No podemos trabajar de manera parcelada, tenemos que integrar todas las perspectivas: la reconexión con la naturaleza, la preservación de la biodiversidad, la emergencia climática, los ODS, la justicia ecosocial, el consumismo, la salud…

Y, sobre todo, tenemos que ser capaces de ofrecer experiencias verdaderamente transformadoras que provoquen la acción, porque un cambio de conciencia sin actos no es nada.

Si te interesa esta materia, te recomendamos los cursos online de Guia de Naturaleza: Diseño de Itinerarios InterpretativosEducación e Interpretación Ambiental.

Referencias:

Cornell, J. (2018). Compartir la naturaleza. Juegos y actividades para reconectar con la naturaleza. Para todas las edades. Sevilla: La Traviesa Ediciones.

Louv, R. (2012). Volver a la naturaleza. Barcelona: RBA Libros.

Louv, R. (2018). Los últimos niños en el bosque. Madrid: Capitán Swing.

Weilbacher, M., (Tr. Pérez, S.) (2010): El último niño de los bosques, El primer libro en este campo. Extraído el 27/04/20, de: https://greenteacher.com/article%20files/elultimoninodelosbosques.pdf