Independientemente de otras colaboraciones, me ha hecho especial ilusión esta semana que la Asociación de Alumnos y Exalumnos de Ciencias Ambientales de la UNED haya incluido en su último número de la revista Ambiente y Medio el artículo que adjunto a continuación. Habla sobre nuevos escenarios en materia de empleo y sobre prejuicios que el profesional del siglo XXI debe empezar a abandonar.
Confío sea de su agrado.

Ya sea vía blog a través de la Comunidad ISM o en un encuentro con otros profesionales, últimamente hablo con frecuencia de los perfiles que tienen éxito en el momento actual y de cómo habilidades relacionadas con la creatividad, la innovación o el compromiso están tomando protagonismo en el mercado laboral.

La actual situación económica ha traído consigo muchos cambios y seguro traerá muchos más condenados a potenciar el protagonismo de la persona frente al de la empresa. El papel del profesional del siglo XXI y muy especialmente el de universitarios y trabajadores cualificados es diferente al que conocieron otras generaciones, siendo también distintas las habilidades que se requieren para desempeñar las funciones que ahora se demandan. Es algo que estamos viendo cada día, comprobando una y otra vez el reconocimiento de personas capaces de gestionar su propia carrera profesional, habituadas a participar en diversos proyectos y a no limitar su actividad a la colaboración con un único equipo o empresa. Un nuevo enfoque que de consolidarse nos familiarizará con un ámbito profesional en el que cada vez son menores las diferencias entre el trabajador por cuenta ajena y el que lo hace en favor de sus propios intereses.

Las normas del juego han cambiado y las relaciones entre trabajador y empresa cada vez se parecen menos a las que estábamos acostumbrados. Hemos dejado atrás un punto en el que la capacitación y titulación académica suponían la llave de acceso a la inmensa mayoría de oportunidades para dar paso a un modelo en el que son las habilidades y aptitudes las que toman protagonismo. Un contexto en el que se habla mucho de potenciar la cultura emprendedora pero en el que a todos nos cuesta demasiado aceptar que, de una forma u otra, todos vamos a tener que ser un poco emprendedores independientemente de que trabajemos en una gran empresa o lo hagamos a través de colaboraciones freelance desde el salón de casa.

La lectura es sencilla: tenemos que apostar por la iniciativa y la creatividad y potenciar el perfil emprendedor de los profesionales que se incorporan en la actualidad al mercado de trabajo. Las Escuelas de Negocios están asumiendo ese reto, integrando la cultura emprendedora en la práctica totalidad de sus programas y ofreciendo recursos formativos cuyo principal objetivo es favorecer la consolidación de proyectos y la creación de empresas. En el sector ambiental se han puesto en marcha varias iniciativas que van desde la constitución de redes profesionales propuesta por la Fundación Biodiversidad hasta la celebración de eventos de networking ambiental o desayunos de trabajo para emprendedores como los convocados por el Instituto Superior del Medio Ambiente. Algunas universidades, UNED entre ellas, están también realizando acciones en este sentido aunque, por desconocimiento o por simple comodidad, la respuesta del alumno está siendo, hasta la fecha, escasa.

Santiago Molina hablando de branding personal en el curso Redes Sociales y Medio Ambiente del ISM

Efectivamente, se están dando pasos aunque avanzamos a un ritmo insuficiente. Necesitamos cambios a todos los niveles e iniciativas que vayan desde las edades más tempranas hasta la etapa universitaria. La gente joven y cualificada se resiste a darse cuenta y adaptarse a esta apabullante realidad y el solo hecho de que salga de la universidad buscando un empleo en lugar de pensar si quiera por un momento en la forma de crearlo nos da idea del camino que tenemos por delante. Tenemos que acercar la empresa a estos futuros profesionales y recordarles que independientemente de que sean ambientologos, ingenieros agrícolas o biólogos, cuentan con los conocimientos y aptitudes para empezar a moverse sin necesidad de terceros que gestionen por ellos los servicios a prestar. Las Escuelas de Negocios van a seguir potenciando esta vía precisamente con el objetivo de diferenciarse de enfoques academicistas todavía muy arraigados en el ámbito universitario y es importante que quien se plantee complementar su formación a nivel de postgrado se asegure de que la filosofía del programa se corresponde con sus objetivos e intereses.

En lo que respecta al profesional que desarrolla su actividad en el ámbito del medio ambiente, el escenario no es en absoluto distinto. Seguimiento y vigilancia ambiental de proyectos, realización de auditorías energéticas, valoración de análisis de riesgos ambientales, redacción de estudios de impacto ambiental o elaboración de planos mediante el uso de herramientas GIS son funciones para las que debemos hacer uso de nuestras mejores cualidades y en las que la creatividad, la capacidad de innovar y la orientación a resultados serán claves independientemente de si tenemos un contrato laboral o mercantil que nos una al destinatario de nuestros servicios. Las vamos a necesitar sí o sí y la mejor forma de potenciarla es sin duda descubrir nuestro lado emprendedor y lanzarnos a ofrecer nuestros servicios en un mercado abierto como el actual. Más en un momento en el que, insisto, las reglas del juego han cambiado. Un momento en el que todas las habilidades y cualidades que se le presuponen al emprendedor son excepcionalmente útiles y necesarias para quien trabaja para una empresa o, por qué no, una administración.

Aunque en muchos de los programas que pone en marcha el Instituto Superior del Medio Ambiente el alumno es un profesional ya consolidado, lo cierto es que tengo la suerte y el privilegio de trabajar con infinidad de futuros profesionales y jóvenes universitarios. Gente  con un enorme potencial y con capacidad para poner en práctica en cualquier momento los conocimientos adquiridos a través de años y años de sacrificado estudio. Los primeros son más difícilmente recuperables pero creo que los segundos necesitan sólo un pequeño empujón para potenciar sus cualidades como emprendedores y, con poca ayuda, orientar su conocimiento técnico hacía la prestación de servicios y realización de los proyectos empresariales que les permitan obtener ingresos por desarrollar el trabajo que saben hacer y además hacen bien. Unas mínimas herramientas de gestión, una pequeña orientación a resultados y la convicción de que los servicios que ofrecemos son necesarios y que nuestra principal preocupación debe estar orientada precisamente a identificar quién los precisa son algunas de las claves de esa iniciativa emprendedora. Cuestiones en realidad sencillas que pueden suponer la diferencia entre hacer aquello que nos gusta y sabemos hacer o pasarnos la vida pensando por qué nadie nos dio nunca la oportunidad de hacerlo. Aspectos que nunca debatiríamos si habláramos del desempeño como profesionales independientes de médicos, abogados o arquitectos pero que por algún extraño motivo generan incertidumbre en el marco del profesional del medio ambiente.

En un escenario en el que todo el mundo ansía la seguridad, no se me ocurre una mejor forma de garantizarla que desempeñar una labor profesional basada en tus habilidades, tu capacidad, tu conocimiento y tu experiencia. Un entorno cambiante en el que nuestra autonomía va a ser clave en un momento de incertidumbre y en el que, cada vez más, trabajaremos por proyectos concretos y no tanto vinculados de por vida a una empresa o equipo independientemente de que haya mucho trabajo o nada en absoluto. Un modelo ilusionante en el que cada uno es responsable de su trayectoria y en el que cada nuevo día supone un nuevo reto y una oportunidad de hacer lo que sabemos hacer.

Sí, las cosas han cambiado. Ahora sólo falta saber si tú también estás dispuesto a cambiar. ¿Jugamos?

Santiago Molina Cruzate

Instituto Superior del Medio Ambiente

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