Una de las primeras asignaturas que cursé al comenzar mis estudios de Ciencias Ambientales en la Universidad Autónoma de Madrid fue “Psicología Ambiental”. Sí, ya sé cómo suena y eso mismo pensábamos tanto los que la teníamos que estudiar, como los familiares y amigos a los que les comentábamos con ilusión de qué iba esa carrera nueva en la que nos habíamos matriculado.

La verdad es que mi primera impresión al ver el programa de la asignatura es que no tenía mucho que ver con lo que cabe esperar de una carrera de ciencias como la que yo había decidido realizar,  personalmente no identificaba la relación real entre la psicología y el medio ambiente.  Sin embargo,  poco a poco y al profundizar en el estudio de esa disciplina,  el vínculo entre ambas materias se mostraba de una forma cada vez más patente.  Pude, entre otras cosas, comprender cuáles son los factores ambientales que inciden en el bienestar humano, conocer el por qué de determinadas conductas sociales en algunos ambientes en concreto e incluso interpretar la incidencia que tiene el comportamiento humano en el entorno.  Pero, sin duda, la parte de la asignatura que en mayor medida me fascinó fue aquella que se centraba en el estudio del proceso de percepción ambiental y visual aplicado a los paisajes y los motivos que hacían que una determinada escena natural nos resultará más o menos atractiva en función de los elementos que en ella encontrábamos.

También me hizo darme cuenta de que un paisaje no tiene por qué ser esa imagen bucólica de la naturaleza, sino que también existen los paisajes urbanos en los que sólo hay que observar con otros ojos para encontrar su belleza y su estética. Es decir aprendí que gran parte de lo que hace que un paisaje sea bonito o despierte interés es la subjetividad con que el observador se acerca a contemplarlo, y en este sentido, me encantó descubrir que es una de esas pocas cosas que dependen de uno mismo, convirtiéndose en algo personal y propio.



Paisaje de arrozales en Vietnam. Foto: M.Álvarez

Lo cierto es que preparando esta entrada de blog me he dado cuenta de que esa asignatura que tanto me gustó ya no existe como tal en el plan de estudios de Grado en Ciencias Ambientales. Supongo que será porque todo evoluciona y la psicología ambiental tal y como se cursaba hace ya algunos años también se ha adaptado y se ha transformado en otra materia, “Percepción Ambiental” más centrada en el análisis de la estética ambiental y la estimación de la calidad ambiental de paisajes, especialidad que en los últimos años ha destacado por su relevancia y utilidad como herramienta dentro de los estudios ambientales.

Desde siempre el paisaje ha generado interés en la sociedad, a mí me maravillan algunas de las imágenes que nos regala la naturaleza y que son captadas en fotografías y documentales, pero también aquellas representaciones que recogen la interacción entre el desarrollo de la sociedad y el paso del tiempo, en definitiva, la relación entre hombre y su entorno. Sin embargo, creo que el paisaje está adquiriendo cada vez más importancia en la actualidad y se percibe, además de como un recurso, como un valor más a tener en cuenta dentro del desarrollo sostenible.  Sospecho que este  es el motivo por el que el paisajismo se ha convertido en una de las temáticas novedosas en las que muchos profesionales están deseosos de ampliar conocimientos, desarrollarse laboralmente y compartir experiencias. Ejemplo de ello son los grupos de profesionales existentes en redes sociales centrados en el análisis y estudio del paisaje y programas formativos dedicados al perfeccionamiento de los conocimientos en esta materia. De hecho en las últimas semanas he participado en la puesta en marcha de un nuevo curso de Paisaje e Intervención Ambiental,  en el que se analiza y debate sobre esta disciplina que estoy segura tendrá un gran protagonismo en los próximos años.