Un estudio publicado  en la revista Nature, en el que participa la Universidad de Alcalá, echa por tierra la suposición común de que los árboles ralentizan su tasa de crecimiento a medida que envejecen y se hacen más grandes. Por el contrario, su desarrollo continúa acelerándose con el tiempo, incrementando asimismo su capacidad de acumulación de CO2.

Encina milenaria en Chamartín de la Sierra. Wikipedia

Un equipo internacional de investigadores ha compilado medidas de crecimiento de 673.046 árboles pertenecientes a 403 especies de regiones tropicales, subtropicales y templadas a lo largo de los cinco continentes, calculando las tasas de crecimiento de biomasa para cada especie para después analizar la tendencia en las 403 especies.

“Nuestros hallazgos contradicen la suposición frecuente de que el crecimiento de los árboles disminuye a medida que éstos se hacen más viejos y de mayor tamaño”, subraya Miguel Ángel de Zavala, profesor de la Universidad de Alcalá –única institución española de las 24 participantes– y coautor del trabajo. “También significa que los árboles grandes y viejos secuestran más dióxido de carbono de la atmósfera de lo que se asumía comúnmente”

Los resultados mostraron que para la mayoría de las especies la tasa de crecimiento de biomasa aumenta continuamente con el tamaño del árbol; en algunos casos, los ejemplares grandes pueden llegar a sumar en un año el carbono equivalente al fijado por uno de tamaño mediano a lo largo de toda su vida.

“En términos humanos, es como si nuestro crecimiento continuase acelerándose después de la adolescencia, en lugar de disminuir” explica Zavala. “Según esta medida, los seres humanos podrían pesar media tonelada en la madurez y más de una tonelada en el momento de la jubilación”.

Cuanto más viejos, mejor absorben CO2

Este incremento continuo de la tasa de crecimiento también significa que en términos individuales los árboles grandes y viejos son mejores para absorber el carbono de la atmósfera.

Sin embargo, los investigadores son cautelosos a este respecto y advierten de que la rápida tasa de absorción de los árboles individuales no se traduce necesariamente en un incremento neto del almacenamiento de carbono para un bosque completo. Así, los árboles viejos, después de todo, pueden morir y perder carbono de nuevo hacia la atmósfera a medida que se descomponen. “Pero mientras están vivos, los árboles grandes y viejos juegan un papel clave en la dinámica del carbono del bosque», añade Zavala, coordinador del Grupo de Ecología y Restauración Forestal de la UAH. «Durante años hemos eliminado bosques o los hemos sobreexplotado sin control. Sin embargo, la ciencia nos dice que la producción y la conservación no son incompatibles, sino que incluso pueden ir de la mano”. Así, los bosques maduros y la diversidad aportan numerosos bienes y servicios a la sociedad: desde el secuestro de carbono a una mayor resiliencia al cambio climático.

“Al igual que en otros ámbitos, la sociedad española debe hacer una reflexión profunda sobre qué tipo de bosques quiere tener en el siglo XXI y cómo gestionarlos. Estas consideraciones no son superfluas, sino que son la base de una salida a la crisis real no basada en modelos financieros especulativos, sino en un crecimiento sostenible de un país que atesora un territorio de grandísimo potencial”, concluye Zavala.

En este estudio han participado 38 investigadores de universidades, agencias de gobierno y organizaciones no gubernamentales de Estados Unidos, España, Alemania, Francia, Reino Unido, Australia, Nueva Zelanda, Argentina, Colombia, Panamá, Camerún, Congo, China, Tailandia, Taiwán y Malasia.

Enlace al artículo en Nature

Fuente: http://www2.uah.es/diariodigital/