Frente a la constante presencia de desastres naturales y la intensidad con que se registran los fenómenos climáticos, las transformaciones aceleradas del territorio y con ello la pérdida de la calidad visual y el desequilibrio ambiental, han movido a la población a cuestionarse cada vez con más el papel del ser humano en el equilibrio del entorno. En consecuencia, el paisaje adquiere hoy en día categoría de valor, y es considerado como un recurso que hay que conservar.

Esta nueva dimensión del paisaje como recurso implica conservarlo en unos lugares, recuperarlo y mejorarlo en otros, y aplicar criterios de sostenibilidad. Lo último, es complejo dado el comportamiento actual en términos de consumo y hábitos de la sociedad; sin embargo cada vez más se avanza en producir y mejorar los estándares de protección de la naturaleza, acompañado de una mayor sensibilización social sobre el impacto ambiental que genera las actividades económicas sobre el territorio y sus paisajes.

La sostenibilidad es el estado en la cual las aspiraciones humanas puedan ser satisfechas manteniendo la integridad ecológica, es decir, que las acciones del hombre permitan la interacción con el medio ambiente y el desarrollo humano se mantenga a través del tiempo. El concepto de sostenibilidad plantea tres dimensiones:

  • Medio Ambiente. Representa el estado natural de los ecosistemas, los cuales no deben ser degradados y tienen que mantener sus características principales esenciales para supervivencia a largo plazo.
  • Económico. Una economía productiva que proporcione ingresos suficientes para garantizar la continuidad en el manejo sostenible de los recursos.
  • Social. Los beneficios y costos deben distribuirse equitativamente, y las personas deben participar activamente de las decisiones territoriales que les afectan.

La dimensión del medio ambiente resulta de gran interés, por cuanto, un paisaje sostenible reside en el mantenimiento de los procesos territoriales junto con los procesos ecológicos que lo sustentan dentro sus rangos naturales de variabilidad. Lo que se realiza, si lo consideramos a escala regional, en el diseño de un sistema de áreas naturales lo suficientemente grandes y numerosas, y con muchos corredores y conexiones entre ellas para favorecer la biodiversidad paisajística y así mantener el paisaje con todo su ecosistema funcionando saludablemente.

Por otro lado, la dimensión económica del paisaje es clave para la sostenibilidad del territorio. Una de las principales actividades económicas asociadas al paisaje es el turismo. Cuando el turismo es correctamente planificado y gestionado genera empleo, diversifica la economía local, mejora las condiciones de vida de la población local, y refuerza su sentido de pertenencia.

Mientras tanto, desde de la dimensión social, las diferentes percepciones y representaciones de grupos y actores sociales interesan, sobre todo, como expresión del debate entre distintas maneras de ver y valorar el paisaje, de formular aspiraciones paisajísticas, en definitiva, como herramienta de negociación en las acciones de planificación territorial.

A continuación, se resumen una serie de criterios generales que pueden ayudar a la toma de decisiones en materia de gestión sostenible del paisaje:

  • Los paisajes son reservorios de un importante número de hábitats para muchas especies silvestres, que están vinculadas imprescindiblemente a la existencia de muchos paisajes naturales, heterogéneos y conectados.
  • El paisaje es una entidad viva. La planificación y ordenación del territorio debe reducir el aislamiento de los espacios naturales, por medio de la creación de un sistema de espacios abiertos unidos por corredores verdes, que incluya también las zonas verdes urbanas.
  • Mantener intactas, grandes parcelas de vegetación nativa mediante la prevención de la fragmentación de esas parcelas. Identificar en un mapa las áreas naturales que no están fragmentadas hasta la actualidad por carretera, urbanización u otros. Si todos los otros valores del hábitat están iguales, las parcelas más grandes de áreas naturales deberían ser protegidas en preferencia a las más pequeñas.
  • Establecer prioridades para la protección de especies y proteger los hábitats que obligan la distribución y abundancia de esas especies.
  • Mejorar la gestión de ecosistemas y reducir la vulnerabilidad de las poblaciones al cambio climático. Aumentar la capacidad de adaptación de la población a los eventos y la variabilidad climática, y promover prácticas resilientes.
  • Proteger elementos raros y excepcionales del paisaje como partes de su patrimonio natural y cultural (material e intangible).
  • Mantener conexiones entre los hábitats de vida silvestre mediante la identificación y la protección de corredores para el movimiento natural.
  • Contribuir a la persistencia regional de especies raras mediante la protección de algunos de sus hábitats locales, identificando oportunidades para incorporar planes de conservación nacional dentro de planes locales.
  • Equiparar las oportunidades del uso público para el ocio y actividades recreativas con las necesidades del hábitat, así como proteger y regenerar ecosistemas para poner en valor como nuevos recursos turísticos.
  • Impulsar una gestión responsable del territorio, entendida como el proceso de formulación, articulación y despliegue de un conjunto de estrategias dirigidas a la valorización de cada paisaje. En el interés de conocer el “carácter del paisaje” (de cada paisaje), es decir, por lo que hace a un paisaje diferente de otro, y el establecimiento de relaciones estrechas entre el carácter y la dimensión histórica del paisaje.
  • La calidad visual debe entenderse como un indicador de calidad ambiental y escénica del paisaje; cualquier alteración, sea positiva o negativa, afecta no sólo a los componentes estructurales sino también tiene implicaciones emocionales por el paisaje resultante. Por lo que, se debe fomentar la integración paisajística de nuevas actuaciones e instalaciones con el objeto de analizar, valorar, prevenir y corregir el impacto paisajístico del proyecto en el territorio.
  • Respetar y proteger las actividades e instalaciones que influyen de una forma positiva, coherente y armónica en el paisaje, dando lugar a una mayor riqueza y diversificación del mosaico paisajístico de un territorio.
  • Los paisajes son una manifestación cultural. El conocimiento popular, los usos y prácticas tradicionales son un sello de identidad y patrimonio cultural, que permite proporcionar, además de los valores socioculturales, juicios de gestión para actuar coherentemente de cara al futuro.
  • Promover, mediante la participación de la sociedad civil organizada, una mayor acción para que los valores ecológicos y culturales de los paisajes no se pierdan o se reduzcan su importancia. Como también, implicar cada vez más al ciudadano y a los agentes sociales en las decisiones sobre los usos del territorio, ya que las personas que puedan intervenir en estas decisiones se sienten como una parte concernida en la planificación territorial.
  • Evitar que el territorio, como recurso económico, se convierta meramente en un bien comercializable en un mercado en que el paisaje se limite a una simple disposición formal, temática, apariencia visual que no tenga en cuenta aspectos interrelacionados como el social, el patrimonial o el ecológico.  Por lo que, se debe buscar un equilibrio entre la conservación del paisaje y la explotación productiva de los recursos naturales.

En el curso ofertado desde el Instituto Superior del Medio Ambiente, sobre Paisaje e Intervención Ambiental, veremos en detalle herramientas para valorar la calidad visual del paisaje así como la normativa e instrumentos legales que se le aplican como las herramientas de gestión, ordenación y protección que permitan dar respuesta a la cada vez mayor demanda del mercado de profesionales con formación integral en este campo.