La capa de ozono que protege la vida en la Tierra de la radiación ultravioleta sigue debilitándose. Aunque su manifestación más visible, el agujero sobre la Antártida, se está cerrando, la concentración de ozono atmosférico en otras latitudes del planeta sigue bajando. Los científicos aún no saben qué está resquebrajando el cielo protector, aunque señalan dos posibles culpables, ambos humanos: partículas de origen industrial o el cambio climático.

El ozono es un peligroso contaminante en la capa más baja de la atmósfera, en la troposfera donde se desarrolla la vida. Pero en las capas altas, en la estratosfera, es una bendición. Allí, a entre 16 y 50 kilómetros de altura, un filtro de moléculas de ozono (formadas por tres átomos de oxígeno, O3) atrapa hasta el 99% de los rayos ultravioleta y buena parte de la radiación infrarroja.

Cuando en 1985 los científicos descubrieron un gigantesco agujero en este manto sobre el casquete antártico saltaron todas las alarmas. En apenas dos años, con la firma del Protocolo de Montreal, los gobiernos de todo el mundo se ponían de acuerdo para prohibir los clorofluorocarbonos (CFC). Estos compuestos, presentes en frigoríficos, aparatos de aire acondicionado o en aerosoles, estaban acabando con el ozono. Aunque la larga vida de los CFC ha prolongado la agonía, la concentración de estas sustancias ya se estaba reduciendo. Diversos estudios han estimado que, para 2030, el ozono habrá vuelto a los niveles de 1980.

Evolución del agujero en la capa de ozono sobre la Antártida en octubre entre 1979 y 2017. NASA/GSFC

Evolución del agujero en la capa de ozono sobre la Antártida en octubre entre 1979 y 2017. NASA/GSFC

Sin embargo, un estudio basado en mediciones de diversos satélites, globos atmosféricos y sofisticados modelos químico-climáticos acaba de desmontar aquellas estimaciones. Aunque el ozono sobre los casquetes polares se está recuperando y su concentración en la parte superior de la estratosfera ha aumentado en los últimos años, en las capas medias y bajas de la estratosfera la cantidad de O3 por metro cúbico de aire no ha dejado de reducirse.

«Los resultados de nuestra investigación sugieren que, al principio [los niveles] comenzaron a subir, pero luego cayeron hasta los mismos niveles que tenían en 1998», dice el investigador de la Escuela Politécnica Federal de Zúrich (Suiza) y principal autor del estudio, William Ball. La fecha es importante, ya que fue el año en el que las emisiones de CFC alcanzaron su máximo. Desde entonces, su prohibición se ha notado en la atmósfera pero no en la recuperación del ozono que debía seguirle.

Así, según el estudio, publicado en la revista de la Unión de Geociencias Europea, la concentración de ozono en la parte superior de la estratosfera, por encima de los 30 kilómetros, ha subido en 0,8 unidades Dobson, una medida para el espesor de la capa de ozono. Sin embargo, en las capas media y baja se ha producido un descenso de 2,6 unidades Dobson. La bajada, además, ha sido en la mayor parte del planeta, entre el paralelo 60º norte (que pasa por los países nórdicos) y el paralelo 60º sur, justo por encima del océano Antártico.

El estudio también desvela otro fenómeno que no parece tranquilizador. La concentración de ozono en la capa más baja de la atmósfera no ha dejado de aumentar en los últimos años. De hecho, el aumento de O3 en la troposfera casi iguala al descenso observado en la estratosfera. «Este ozono antropogénico, que provoca esas nieblas contaminantes, enmascara parcialmente el descenso del estratosférico en las mediciones de los satélites», comenta Ball. El problema es que, tan abajo, el ozono hace más daño que bien.

«A nivel del suelo, el ozono es un contaminante y claramente dañino si lo respiramos», recuerda el profesor de la Universidad de Leeds (Reino Unido), Martyn Chipperfield. «Este ozono forma parte del problema actual con la calidad del aire en las grandes ciudades. Por eso, aunque el ozono troposférico pueda ayudar a filtrar la radiación ultravioleta, no es un buen antídoto de la pérdida de ozono estratosférico», añade el también director del Instituto del Clima y las Ciencias Atmosféricas de la universidad británica.

Chipperfield, que no ha intervenido en este estudio, recuerda que no hay un umbral mínimo a partir del cual el declive de la capa de ozono pueda ser peligroso. «Se trata de que, a medida que la capa de ozono adelgaza, la incidencia de efectos sobre la salud, como el cáncer de piel, aumenta. Además, los humanos podemos cambiar algunos de nuestros comportamientos, algo que no es tan fácil para animales y plantas. Toda reducción tendrá sus posibles consecuencias», dice.

El problema es que los científicos no saben qué está impidiendo que, una vez eliminados los CFC, la capa de ozono se recupere. Tanto Chipperfield como Ball creen obligado más estudios sobre la dinámica del ozono atmosférico. Para los científicos hay dos posibles causas. Por un lado, una serie de nuevos compuestos, los VSLS (acrónimo en inglés de sustancias de muy corta vida) que contienen cloro y bromo, los mismos químicos presentes en los CFC.  Estas sustancias se usan como disolventes, decapantes o desengrasantes.

Si fueran estos VSLS todo podría solucionarse con un Protocolo de Montreal II. Pero hay otra posible causa: el cambio climático podría estar alterando la circulación Brewer-Dobson, unas corrientes de aire que mueve el aire hacia y a través de la estratosfera. De ser así, para resolver el problema de la capa de ozono habría que afrontar el del cambio climático.

Fuente: https://elpais.com