Es cierto que las noticias pasan rápido en estos tiempos pero creo que ninguno de los lectores de este espacio tendrá que esforzarse mucho si mencionamos la última oleada de incendios que hemos sufrido. Incluso en Cantabria, que no es la más dada a las ascuas, ha llevado su ración de monte ennegrecido. Causa principal de tanta llama: la quema de rastrojos.

No será por campañas, por jornadas de sensibilización, por noticias, por estadísticas,… Se ha insistido  mil maneras tanto desde los estamentos oficiales encargados del tema como desde las organizaciones ambientales y agroganaderas.

Entonces ¿por qué no se cambia esta costumbre?

Porque todo ese esfuerzo razonador choca de frente con uno de los argumentos más polivalentes, cerrados y enquistados que maneja parte de la población rural: “esto se ha hecho aquí toda la vida”. Argumento tras el cual podríamos escuchar un carpetazo o un puerta que se cierra ya que, legados a este punto, la conversación se ha dado por terminada sin que recibiéramos aviso ni despedida.

La cuestión es que la frase “de toda la vida” esta llena de trampas y de errores y que en más de una ocasión puede ser simple y llanamente falsa. Muy a menudo el significado real de “toda la vida” es algo así como “que y recuerde” o “a mí en casa me contaron”. Pongamos un ejemplo.

Si alguien tiene el acierto de venir al sur de Cantabria y decide darle a la lengua con el paisanaje local, no faltará quien presuma de que esta es tierra de vacas y que así ha sido “toda la vida”. Pues resulta que ahora más o menos si pero si echamos la vista atrás lo que nos encontramos es a gente doblando el riñón para coger patatas, variedades locales de cereales y cebollas. Las vacas eran cosa de gente con posibles. La expresión “cásate con esa que tiene vacas”, si que es de toda la vida.

En segundo lugar, cuando el argumento es cierto, se abre la puerta a una realidad que nos permitirá entender la manera en la que se ha modelado el paisaje, nos presentará una amplia gama de modelos de gestión de recursos: suerte de leñas, trashumancia, trasterminancia, variedades locales flora y fauna, brañas y pastos de altura,…

Una vez solucionado el galimatías sobre si un uso es tradicional o no y si pretendemos mantener la riqueza medio ambiental en el medio rural, poco importa si algo viene del siglo XV o desde hace un mes. La cuestión es que ciertas prácticas han de desaparecer por su enorme impacto ambiental, mientras que otras pueden ser fácilmente recuperables previa actualización. Valgo como ejemplo de práctica positiva pero abandonada el uso de setos, espinos y piedras para marcar las lindes de las fincas en lugar del maldito alambre de espinos. Aves, reptiles, roedores y musgos agradecerán la vuelta de esta costumbre.

En conclusión, hemos de ser conscientes de que si hay diferencias entre Santander y Sevilla, más aún entre un pueblo de Cantabria y uno de Andalucía. Estudiar sus particularidades y como y hasta que punto se han modernizado sus usos y costumbres es clave para entender la relación de estas poblaciones con su entorno.