El próximo 28 de septiembre comenzamos con una nueva edición del curso “Diseño de planes de acción ODS para empresas” o lo que es lo mismo, diseño de un plan de sostenibilidad. En un contexto de inflación como en el que nos encontramos, contar con planes que nos permitan priorizar, acotar, medir, realizar ajustes y evaluar los avances que se van logrando cobra más sentido si cabe.

En numerosas ocasiones, con nuestras mentes creativas, pensamos que podemos estar sometidos a una continua improvisación. En nuestro fondo, creemos que una planificación te limita. Sin embargo, es casi todo lo contrario. Un plan, una constancia, una perseverancia, al final, deja más tiempo para los imprevistos. “Un plan no nos limita, aumenta nuestras opciones” (fte.: Andrés Pérez Ortega).

En según qué contextos, la Agenda 2030 se está viendo con alguna suspicacia. Son muchos los motivos que pueden estar generando esta desconfianza. Entre ellos, una mezcla de conceptos. Antes de la Agenda 2030 – que es un plan de acción que cuenta con 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), 169 metas oficiales y una serie de indicadores asociados para medir los progresos – estuvieron vigente los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM). En ese caso eran 8 objetivos y se establecieron para el período 2000 – 2015. No tuvieron tanta repercusión entre la población seguramente porque en las redes sociales aún no éramos tan prolíficos.

Más centrados en cuestiones económicas y sociales, sólo contenían un objetivo que era estrictamente ambiental, pero abstracto; “Garantizar la sostenibilidad del medio ambiente” que podría ser hasta una redundancia. No ocurre lo mismo dentro de los 17 ODS donde esta cuestión ha quedado, en mi opinión, mejor solventada, pues hay un desglose temático ambiental que permite ser más precisos.

Ya he señalado en entradas anteriores, y tengo que seguir siendo insistente con este tema, que cuando se habla de sostenibilidad, se está hablando de variables económicas, sociales y ambientales. Sin embargo, por los motivos que sean, un sector de la población piensa que sostenibilidad es lo mismo que medio ambiente casi en exclusiva o, como mucho, lo relacionan con variables sociales y medioambientales. ¿Por qué se obvian las variables económicas?

Considero que es un error esta visión. Tanto la que viene del purismo ecologista como la que viene del desconocimiento de la materia y mira el concepto de “sostenibilidad” con suspicacia. Claro que aquí, también influye eso que hacen algunas empresas y que también se ha señalado en entradas anteriores que es el “lavado verde de imagen” o “greenwashing” y el “lavado de impacto” o “impactwashing”.

Parece que a muchas personas no les gusta hablar de dinero. Cuando el dinero, en realidad, es una moneda de cambio que sirve para intercambiar valor por valor. Servicio por servicio. Producto para realizar un servicio y otra serie de combinaciones posibles. A una empresa, desde luego, le importan sus gastos y cómo emplea su dinero.

Como digo en el inicio de esta entrada, en el contexto de inflación en el que nos encontramos, identificar el ahorro económico que la puesta en marcha de un plan de sostenibilidad puede suponer para una empresa es fundamental; y los profesionales del medio ambiente deberían tener esta cuestión muy en cuenta. Una empresa no es una ONG. Tiene afán lícito de lucro y sin ganar dinero no podría contratar a personal ni tampoco crecer. Se puede ganar dinero a la vez que se hacen las cosas bien desde los puntos de vista social y medioambiental.

Así, un plan de acción basado en los 17 ODS, puede servirnos para poder realizar esta priorización. En el curso, compartimos una metodología que pasa por identificar la visión, misión, objetivos, valores y atributos de la empresa, las entradas, salidas y procesos que tienen lugar dentro de ella, los impactos sociales, económicos y medioambientales que genera su actividad, los grupos de interés que se ven afectados por la empresa, los asuntos relevantes y los aspectos materiales de la empresa, las metas oficiales ODS a las que puede contribuir la empresa con claridad, las metas a las que puede contribuir en alianza con otros, las metas a las que no tiene capacidad para contribuir, los indicadores que pueden utilizarse para medir los progresos, las alianzas potenciales que pueden trabajarse para lograr los avances y las diferentes soluciones que existen para poder contribuir a las metas.

Una empresa no debe pecar de ambiciosa queriendo hacerlo todo a la vez y buscando la perfección. Debe tener muy claros cuáles son los impactos más significativos que genera y centrarse en disminuir los efectos, en caso de que sean negativos, o potenciarlos, en caso de que sean positivos. Se trata de ser eficientes, hacer más con menos, ahorrar costes, actuar desde el propósito y desde el corazón del negocio y evitar lo abstracto. Minimizar las acciones cuyos resultados no pueden medirse y centrarse en las que sí pueden medirse. “Lo que no se mide no se puede mejorar”.

De nada sirve afirmar “contribuimos al ODS 15” porque celebramos una ruta de senderismo o “contribuimos al ODS 4” porque hemos dado una charla de X tema en el colegio. En realidad, esas acciones que surgen de ocurrencias superficiales y de frivolidades, no sirven de nada. O bueno, casi todo siempre sirve, pero seguramente no sea un buen uso del dinero de la empresa que, a lo mejor, en ese caso, podría usarse mejor para darle un incentivo a los trabajadores.

De aquí, la apuesta que hacemos por identificar bien quiénes son nuestros grupos de interés, priorizarlos, establecer qué canales de comunicación vamos a utilizar con ellos y con qué frecuencia. Si te da pereza planificar, luego no te quejes cuando tus trabajadores hablen mal de sus jefes porque les obligan a pasar un fin de semana de convivencia en el campo, plantando árboles. Y que luego esto se extrapole y desprestigie a los profesionales del sector ambiental, metiendo a todos en el mismo saco.

Paz Hernández Pacheco, autora de este post, es docente en el ISM del curso Diseño de planes de acción ODS para empresas.